COLUMNISTA INVITADO | Despedir al amigo Sergio Pitol

14/04/2018 - 12:03 am

La noche del 12 de abril, a las 20:00 horas, nos dimos cita algunos profesores de la Facultad de Letras para despedir a nuestro maestro y entrañable amigo Sergio Pitol. En una ciudad de provincia como Xalapa, parecería que la única funeraria que hay es la de Bosques del Recuerdo: los funerales son una ominosa secuencia de dejá vu.

Por Magali Velasco

Ciudad de México, 14 de abril (SinEmbargo).- Rodeado de coronas, el féretro de madera oscura resaltaba como una isla. Extrañé una fotografía de él, algo que nos indicara que realmente su cuerpo reposaba ahí. Durante la ajetreada mañana, los rumores de si la familia de Sergio permitiría o no el acceso a la funeraria, desanimó a alumnos de la Facultad y a colegas a querer manifestar su respeto y cariño. Hacia las ocho de la noche, cuando llegamos y vimos que había mucha gente, periodistas, la directora del INBA, Dra. Lidia Camacho, el Coordinador de Literatura del INBA, Dr. Geney Beltrán, la rectora de la UV y demás funcionarios, sentimos un alivio Mario Muñoz y yo, de poder decirle adiós.

La irrupción de la muerte trastoca y nos obliga a cuestionarnos el sentido de la vida, en este caso, la sensación de orfandad reaparece. La generación del Medio Siglo es una llama tenue alimentada por el soplo de Amparo Dávila, Elena Poniatowska y Fernando del Paso. Es difícil decirles adiós a esa generación que escribió el México del siglo XX. Sí, queda el legado, la obra, la memoria, las enseñanzas, pero definitivamente, ese espíritu único se lo han llevado junto con ellos.

Vista del velatorio de Sergio Pitol. Foto: cortesía

Apenas supe de la noticia de la partida de Sergio, pensé en que su cielo sería Venecia, esta ciudad mítica que quizá un día sólo exista en libros e imágenes. Recordé lo mucho que a Pitol le gustaba Muerte en Venecia y luego su cuento “El relato veneciano de Billie Upward”. Lo imaginé caminando por las callecitas laberínticas de Venecia, ataviado con uno de sus trajes de lino blanco, su bastón, llevando con la otra mano la correa de Sacho, el perro pachón blanco y negro con el que llegó a Xalapa. Allá va el hombre, el escritor, el maestro, al encuentro de esa generación que ya lo está recibiendo con los brazos abiertos. También lo reciben sus otros perros labradores y todo el cariño de los que nos quedamos un rato más por aquí.

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